En sentido práctico el mal no debería existir, pero existe, y lo que piensan que por esta situación la existencia de
Dios no es posible cometen tremendo error. Tampoco es correcto decir que el hombre creó el mal como una desobediencia a los
dictámenes de la divinidad. Bien y mal son parte de un propósito. ¿Cuál? Nosotros nos inclinamos a pensar que es la elevación
espiritual del hombre, si no lo cree así, veamos: el hombre no sería capaz de conocer el bien sin saber del mal, cómo sabe
del agrio de la naranja sino no ha probado la dulce, cómo sabe de lo alto sino conoce lo bajo, cómo sabe de lo frío sino conoce
lo caliente, y la lista sería interminable, porque en este vasto universo todo tiene su opuesto, y en esto el bien no se queda
atrás.
Las religiones nos han dicho que el mal es producto del pecado. Algunas nos dicen que la paga del pecado es la muerte
y podría ser que en algún aspecto tengan razón, pero no todo es como se quiere que sea, porque sabemos que solo muere el cuerpo,
más no el espíritu, quien después de un tiempo debe regresar a la carne para continuar la lucha por la ascensión.
Si usted se fija, el mal no tiene una existencia real, solo es cuestión de grado, así como el frio no tiene una existencia
real, sino que es ausencia de calor, de ese modo el mal no es más que la usencia del bien. Un ser comienza su ascensión siendo
malo, sigue siendo menos malo y continua su crecimiento en la benevolencia para llegar a ser un espíritu de bien o angelical.
Pero, cómo es posible todo esto, muy simple, pero muy complejo a la vez, la resistencia al mal eleva al alma y cuando no está
en sus deseos la participación en el mal ya se dio la elevación hacia los aspectos divino.
Se nos dice que con pararnos de frente a lo malo y rechazarlo estamos espiritualizado, pero, ¡ojo! Esto es solo el
comienzo de un proceso que puede ser muy tortuoso, por no decir doloroso. Un
ejemplo podría poner las cosas en claro: tómese un hombre que recibe vejámenes, injurias, colunias y todas clases de improperios.
Ese hombre, humanamente correcto se revela y de alguna forma responde ante sus agresores y cualquiera diría que está actuando
en defensa propia, lo cual es lícito. ¡Bien! Pero no es de eso que se trata. Ese Ser ha sido puesto ahí para que aprenda a
rechazar el mal que lo tienta, se trata de que él actué como un pacifista en todo el sentido de la palabra (al estilo Mahatma
Gandhi), lo que equivale a no sentir deseo de venganza y de defenderse ante todo lo que le persigue.
Pero si este hombre es incapaz de soportar con entereza todo lo que le atribuyen, aun bajo el supuesto de ser inocente,
y en su fuero interno alberga el deseo de responder con la misma fuerza a todos sus detractores, ese ser todavía no ha crecido
bajo el manto de la espiritualidad. Ahora bien, si para él, esos individuos que han profanado su personalidad, su integridad,
no pasan de ser seres atormentados, dignos de piedad y perdón, entonces se ha producido un crecimiento espiritual y un acercamiento
a la divinidad.
En qué momento se es espiritual y cuando no se lo es. Soy de opinión que la espiritualidad no se mide por los viajes
a las iglesias, ni las horas de rezos, ni por las monedas que vierto en la canasta de la ermita, mas si se considera la observancia
de los valores morales, el reconocimiento de los derechos individuales, el conocimiento y control de sí mismo, la capacidad
de sacrificio por sus semejantes (incluidos los animales) y algún otro elemento que se me escape pero que pueda beneficiar
a la evolución, entonces estamos hablando de seres espiritualizados.
Sin ánimo de prejuzgar, no creo que se gane mucho, en términos espirituales, oyendo maratónicas intervenciones sacerdotales,
haciendo penitencias, martirizando el cuerpo físico, etc. Estos actos son más bien para la satisfacción del observador que
al ser sorprendido por el actuante podrá corresponder con elogios sublimes ante tales sacrificios corporales. Pero observe
a este mismo actor una hora después de este honroso sacrificio, contestando las opiniones contrarias y reaccionando en franca
condenación enviando al infierno eterno, al vecino que olvido la basura en el frente de su casa.
Esto no es especulación, esto sucede hasta en las mejores familias, según decía un programa televisivo. Porque no se
hace al hombre bueno con exponerlo al martirio físico y al ritual de viejas letanías preconcebidas; hasta que la mente y el
corazón no sean espiritualizado, hasta que el deseo sea quien guie nuestras acciones, seremos seres no evolucionados, seres
en perfecto estado de barbarie, que necesitan aprender a controlar las emociones.
Sabido es que lo que hoy vemos como el mal, mañana nos servirá para disfrutar de mejores situaciones, cabe aquí el
dicho de que todo obra para bien, en el entendido de que las acciones negativas del pasado son borradas con sufrimientos que
limpian nuestra alma y la preparan para una encarnación de bienaventuranzas y plenos disfrutes en el buen sentido del término.
No hay forma de concluir este comentario sin decir que el hombre no debe hacer el mal, esto es axiomático, porque de
qué otra manera podría elevarse, sin embargo, no se debe perder de vista que el mal no ha sido una fatalidad, ni una invención
humana, es parte de lo que hemos convenido en llamar involución, o caída en la materia y que su existencia solo tiene sentido
para hacernos saber qué camino elegir ante la necesaria elevación hacia lo divino.
Simeón Saint-hilaire Valerio
1 de abril
de 2008