Sor, cuando es que, por fin, vendrán mis padres a verme.
Hoy cumplo 18 años; cada vez que llega esta fecha, aparece una nueva excusa que me impide conocer a mis padres.
La Madre Superiora del orfanato, cada vez que llegaba la
fecha del cumpleaños de Juan, inventaba una nueva historia para justificar a los padres del niño.
Juan nació inválido de la cintura hacia abajo, tenía que
caminar con un equipo especial o con silla de ruedas.
Sus padres eran personas de alto nivel económico, llenos
de orgullo, no quisieron tener un estorbo en la vida, criando a un inválido, por lo que decidieron arreglar todo para que
Juan fuera internado en un orfanato dirigido por monjas y así se olvidaron de él.
Por su parte, Juan era un alma noble, aceptó venir a esta
tierra a cumplir una misión: ayudar a una familia con fuerte dosis de arrogancia, orgullo y egoísmo. La forma como todo el
plan debía cumplirse era que Juan naciera invalido, lo cual haría que su familia luchara con él para salir adelante en la
vida. Esa lucha contribuiría a que la familia de Juan se hiciera más espiritual, humilde y ayudara a otras personas en igual
situación.
En el pasado, el padre de Juan había sido un hombre influyente
en la administración gubernamental, con plenos poderes para decidir la suerte de muchas personas. En el ejercicio del poder,
maltrató a mucha gente, incluyendo a la que fue madre de Juan en el pasado.
Por su parte, Juan cada vez que Sor María lo estaba vistiendo,
él sentía una paz interior y un cariño hacia esta mujer que lo dejaba embelesado, a tal punto, que cuando Juan era más chico,
en muchas ocasiones se desvestía para que Sor María volviera a vestirlo de nuevo, cosa que ella hacía con amor y cariño, sorprendida por la travesura del pequeño.
Esa mañana era el cumpleaños de Juan y mientras era bañado,
Juan le pidió a Sor que le permitiera escribir a sus padres, porque sentía un
presentimiento de que algo difícil le iba a suceder a su hermano mayor.
Sor María accedió complacida a su pedido. El quería prevenir
a su familia, con relación a su hermano mayor, aunque sabía que no tendría mucho éxito en la advertencia, ya que su hermano
mayor había heredado la terquedad y el orgullo de su padre.
Escribió su carta recomendando prudencia a su hermano, pues
había visto en sueños, cómo las lomas se derrumbaban y un grupo enorme de palomas blancas, salían del centro de la tierra
formando el nombre Carlos, nombre de su hermano mayor. Pero lo más curioso era que las palomas, una vez formaron
el nombre del hermano, volvieron a entrar a la tierra.
Aunque Juan escribió su carta, esta no llego a su destino,
debido a que Sor María hacía tiempo que había perdido el rastro de los familiares de Juan, por lo que le fue imposible enviar
la misiva.
Por la tarde de ese día, al cuerpo de Juan le comenzó a
subir la temperatura. Sor María no encontraba forma de hacerla bajar. Consultó
al médico que asistía al orfanato, pero nada hacía que bajara la fiebre del joven Juan. Sor María, por su parte, entraba y
salía constantemente de la habitación dando consuelo a Juan, pero este deliraba de la fiebre tan alta.
Hubo un momento que entró y lo escucho decir: - Padre, ya
no podré cumplir mi misión; tengo que regresar. Más adelante será; -te pido que a esta santa mujer que me ha cuidado, la tengas
en el más alto cielo y que en mi próximo viaje a este exilio, me permitas estar con ella para cuidarla y adorarla.
Sor María no lo interrumpió, lo dejó hablar y luego entró,
no dijo nada, pero dejó de preocuparse por la salud de Juan, porque entendió que ya nada podía hacer, dedicándose a darle
caricias y consuelo, esperando la partida de esa alma pura que era Juan.
Cuando Juan dejó su cuerpo eran las doce de la noche y Sor
María sintió que su cuerpo se revolvía de dolor; en ese momento su conciencia fue transportada hacia una dimensión sutil,
quedando en éxtasis por unos instantes, ella vio a un niño en la cima de una colina que le decía, con las manos levantadas:
¡Adiós mamá!
Los restos de Juan fueron depositados en un área elegida
por Sor María y cuando habían pasado dos años, el día que Juan hubiese cumplido 20 años, tocó la puerta del orfanato un joven
de unos 25 años, venía en una silla de ruedas y tenía la mirada desconsolada.
Lo acompañaba una hermosa mujer de unos 50 años, vestida
con sobriedad, pero con una postura orgullosa. Cuando Sor María los vio pensó que se trataba de otro invalido que le habían
venido a encomendar para que pasara sus últimos días en el orfanato, pero se equivocaba.
Aquella pareja era, nada más y nada menos que la madre y
el hermano mayor de Juan, que venían a visitarlo. Habló el joven y dijo:
-Sor, hace unos días tuve un sueño y en él veía a mi hermano
que me decía: sigue
tú hermano que yo no pude. Dijo algunas cosas más que no entiendo bien… dijo como que quiso ayudarme pero la tierra
se quebró y las palomas volvieron a entrar en ella.
-Espérenme un momento, dijo Sor María y entró a la habitación
que había ocupado Juan. Trajo la carta que este había escrito a su hermano dos años antes, estaba cerrada todavía. Carlos
la abrió y comenzó a leer, de sus ojos salieron algunas lágrimas, en un párrafo su hermano le advertía del viaje y le contaba
el sueño que había tenido. Le decía “las palomas volvieron a entrar para conservar el espíritu en tu cuerpo, pero no
podrás caminar porque la tierra, que es tu cuerpo, se quebró".
Cuando Carlos terminó la lectura de la carta, Sor María
dijo:
-bueno, joven y señora, Juan murió hace hoy dos años; yo
les quise avisar, pero mi emisario no encontró la nueva dirección de ustedes.
Efectivamente, la familia de Juan se había mudado a otro
pueblo para huir de la vergüenza que sentían cuando los demás los veían arrastrando una silla de ruedas con Carlos, el hermano
mayor de Juan.
Simeón Saint-hilaire Valerio
5 de diciembre de 2008